Aprovecho el tirón de Don Celes para escapar de todo este mundo de la política, al menos, hasta el 1 de marzo porque estoy muy decepcionado con todo lo que día a día estoy viendo a mi alrededor en esta campaña. Voy a intentar apartarme de este circo de las elecciones esperando que alguien mueva fichas para que esto pueda empezar a ser de otro modo a partir del 1 de marzo. Tan en serio me lo he tomado que me he escapado unos días a las montañas blancas de Huesca a disfrutar de la familia a uno de mis puntos favoritos: Formigal. Conozco esta pista desde hace muuuuuchos años y resulta increíble en lo que se ha convertido. Actualmente es la pista más grande de la península y cada día crece en calidad de servicios. Encima, este año la nieve acompaña con lo que todo parece redondo.
Pero para aberrar estamos, como es costumbre, y ahí quiero centrar mi post. Cualquier persona que haya pasado por Formigal seguro que sabrá de lo que hoy quiero hablar: de sus bocatas. Pues bien, los bocatas de Formigal ya no existen. Ahora mismo estoy salivando recordando ese bocata de bacon queso con ese bacon gordo y ese queso que salía por los bordes del bocadillo, o esa longaniza asomando por la punta del bocata y que decir de aquel chorizo que le daba al pan ese color rojizo sin abusar de grasilla. Estos maravillosos recuerdos a partir de ahora sólo serán eso, recuerdos.
No voy a decir que los bocatas actuales sean malos, pero, a pesar de su pan crujiente y sabroso aquí no hay color. Además, su tamaño se ha reducido sustancialmente y eso es incompatible con este deporte.
Desde aquí lanzo mi protesta, yo que nunca he pensado que cualquier tiempo pasado fue mejor.
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